“Los padres no existen, todo es un montaje de Santa Claus” (Yo)
“Honraré la Navidad en mi corazón y procuraré conservarla durante todo el año.” (Charles Dickens, Cuento de Navidad)
Entiendo que el título de este artículo es suficientemente provocador, y por otra parte tampoco es que constituya precisamente noticia. El Capitalismo de Libre Mercado instrumenta todo lo que existe para vender, y eso no es ni bueno ni malo, simplemente establece una escala de valores propia, que patentiza lo que es importante y lo que no, y como lo que realmente importa es la ganancia, pues de eso se trata la Navidad. Quien crea otra cosa, discúlpenme, o posee una fe tal vez excesivamente robusta en la bondad humana, o una impresionante bandada de pajaritos en la cabeza. Hacer alharaca por estar contra el “materialismo capitalista que trastoca la idea de la Navidad”, o a favor de una especie de “escala de valores espirituales que debería presidir las fiestas navideñas” me parece francamente ingenuo o hipócrita. Es como oponerse a la salida del Sol por el horizonte, o estar a favor del solsticio de verano. Y dado que estamos en esas épocas, me parece pertinente disparar algunas reflexiones desmigajadas sobre el tema.
Si le hablamos de la Navidad como expresión de “materialismo capitalista” a los que no tienen chamba o plata, veremos cuán dependientes son los “valores espirituales” del simple hecho de no tener chamba y plata, peor aún si se carece de ambos. En la realidad real, quizá no haya peor sensación navideña que la de sentir la expectativa de recibir regalos de los hijos propios, y no tener con qué. Hay muchas variantes de este hecho, porque de repente puedes tener hasta chamba, pero también deudas, y tu grati – si la tienes – se destina a ponerte al día con tus cuentas. Quien mejor celebra las Navidades es el Sistema Financiero, que nos tiene a todos agarrados de salva sea la parte. Así el corazón se nos endurece y el alma se nos marchita un poco más cada año, hasta que la inocencia original propia de la Navidad desaparece por completo, decapitada por la realidad. Cuando reflexiono en ello siempre recuerdo lo que me decía un profesor de marxismo: No sólo de pan vive el hombre, pero sin pan el hombre no puede vivir. Los críticos de la Navidad que se publicitan en medios de comunicación por lo general lo hacen en nombre de una moralina aburguesada, que invoca principios con demasiada facilidad, y con la misma se olvidan fácil de las personas de verdad. Por otra parte, se burla uno de la gente si se desprecian sus pequeñas alegrías, y esa burla es sangrienta cuando destruye las ilusiones de los niños. Así que ni condeno la Navidad ni la aplaudo, sino que trato de ver qué hay realmente en ella, no en su “mismidad” (término que me hace sonreír un tanto, y demasiado debatible), sino en lo que realmente vivimos en ella.
Navidad: La fiesta del estrés
Charles Chaplin, el genial comediante británico, odiaba la Navidad, según testimonio de su hija Geraldine. O tal vez no era que la odiara, pues que sepamos jamás levanto una palabra contra ella. Simplemente no le veía el punto a celebrarla, si no era por los niños. No la sentía su fiesta, y la veía tal como lo que realmente era, y es. Chaplin había surgido del fondo de la más podrida miseria londinense, y con seguridad de niño, en esos espantosos días navideños, recorría sin zapatos las calles y miraba las relucientes vidrieras repletas de juguetes y alimentos y golosinas que no eran para él. Y así conservó toda su vida esa general antipatía contra la Navidad, que marcaba con tanta efectividad las distancias sociales en las que había nacido. Eso nos explica en parte sus grandes preocupaciones sociales, a la vez que su desaforada capacidad de trabajo, una especie de juramentación personal de jamás volver a ser pobre. Y esto es tal vez lo más horroroso de la fiesta navideña, la institucionalización de la hipocresía social, a la que queramos o no quedamos expuestos en los días navideños. En el fondo, la mayoría de nosotros sabemos en nuestro interior que esta Fiesta no es nuestra, no nos pertenece, y lo único que nos crea son dolores de cabeza, estrés, empujones y la posibilidad de ser robados. Porque la Navidad también es época de ladrones y rateros.
El Cuento de la Navidad
Quizá la expresión literaria más impresionante de estas épocas del año sea el Cuento de Navidad de Charles Dickens, en su versión original, claro. Recordemos que, como a todo lo navideño, al Cuento de Navidad se le ha domesticado en sus mil y una versiones en cine y televisión, porque a fin de cuentas se trata de que haya audiencia televisiva o asistencia a los cines para que las ruedas de la economía sigan girando. Y eso, en sí mismo, no tiene nada de negativo, pues la gente debe trabajar para vivir. Pero Dickens era uno de esos moralistas de a verdad, que presentaba las inconsecuencias y falsedades del discurso navideño con suprema ironía social y con profunda fe en la realidad individual del hombre. Para él la Navidad no era solamente una Fiesta, era una oportunidad. Su Fantasma de las Navidades Presentes – el centro mismo de su Cuento – no es un edulcorado producto comercial, es un robusto personaje adornado de hojas de acebo, alegre y muy realista, metido en la fiesta hasta el tuétano, pero a la vez lúcidamente portador de terribles nuevas, expresadas en esos dos seres abyectos - la Ignorancia y la Necesidad - que cobija bajo su manto y que, en la escena más dramática de toda la obra, muestra al avaro Scrooge, restregándoselos en la cara y haciéndole saber que los grandes males de la miseria humana no se detienen porque haya Navidad, que la gente se sigue muriendo de hambre y de frío, y que el dolor sigue siendo la marca de la condición humana. El Fantasma, por otra parte, no es un amargado, pues después de todo la vida sigue, y sin olvidarnos de nada de lo negativo, nos podemos, como decía San Agustín, humanamente permitir hacer el loco una vez al año.
El mito de Santa Claus / Papá Noel
Las ruedas de la economía no funcionan bien aceitadas cuando la gente es consciente de lo que pasa, porque a fin de cuentas se trata de consumir y gastar, y los marketeros saben hace mucho que hacerlo inconscientemente redunda en más gasto. Surgen entonces los diversos recursos que el marketing ha ideado desde hace más de un siglo, y el más interesante para mí es el famosísimo Santa Claus, que por estas tierras llamamos afrancesadamente Papá Noel. Santa Claus pertenece a la Tradición Nórdica europea, aunque su base histórica – siempre hay quien la recuerda – es un Obispo del Asia Menor, hombre en apariencia de enorme caridad. El cómo un Obispo generoso se convierte en un personaje de fábula que vive en el polo Norte y recibe cartas con solicitudes de regalos es tal vez uno de los grandes ejemplos de cómo se forman los mitos a lo largo de la historia. Vale la pena examinarlo tal como realmente es: Santa Claus es realmente un premiador y castigador, no fue ideado como un tipo buena gente, y en algo se parece a ese Fantasma de las Navidades Presentes, que es posible incluso inspirara su creación a algún olvidado genio del marketing. El mito muestra que Santa Claus es una figura masculina dadora de obsequios a los niños que se han portado bien, se le nota claramente la imagen paterna introyectada y reforzada por su barba blanca, pues es un superpapá social. Y aunque es muy viejo, es también muy vigoroso, pues nadie puede recorrerse todo el mundo en una noche sin por lo menos tener fortaleza física. Es, además, CEO – Presidente del Directorio - de su propia corporación, con empleados, fábricas, líneas de producción y redes de distribución y ventas. Su contracción al trabajo la mayor parte del año justifica su situación de padre ausente, pues es un gran proveedor. De hecho es todo un Señor Capitalista, pero con principios morales pues. No creamos por ello que regala porque sí, el obsequio navideño está condicionado a tu conducta, es un toma y daca: Tú te portas bien, él te regala lo que le pides en tu carta. Cuando pones tus medias o calcetines en la chimenea lo haces con la esperanza de que en la Nochebuena Santa Claus te las llene de los obsequios que le has pedido. El mito original – convenientemente olvidado – dice que si te has portado mal, lo que encontrarás en tus medias será carbón. Y que me aspen, pero para mí está clarísimo que si tus padres son pobres lo que encontrarás será carbón, y eso quiere decir nada más y nada menos que solamente hay una falta imperdonable:La de no tener plata. He ahí para mí el verdadero mensaje navideño de Santa Claus: No hay más falta social que la de ser pobre. Te tocará el carbón.
Y he ahí porque no me gusta ni jamás me gustará Santa Claus ni todo lo que representa. Si creemos que la Navidad es una Fiesta del Amor, Santa Claus debería ser erradicado como representante de un deber-ser que de humano mucho no tiene. Prefiero cualquier otra contrafigura. La Tradición española, de la que fuimos herederos hasta que entró Estados Unidos con todo, nos presentaba a los Reyes Magos como los dadores de regalos, separando los regalos de la Navidad, y ello, tal vez, resultaba mejor. Pero lo cierto es que los Reyes Magos ya fueron.
La gran mentira
La Navidad, Papá Noel / Santa Claus, los Reyes Magos y todo eso. Tratemos de ver el asunto desde la perspectiva de un niño. Los niños, aún los hijos de padres que les pueden proporcionar una Navidad como debería vivir cualquier niño, pasan por un proceso que podríamos llamar de “desencantamiento”. Cuando eres niño y tienes presente toda tu inocencia - en el sentido verdadero de inocencia, es decir de ausencia total de malicia - puedes creerte que la Navidad es hermosa y disfrutar de los colores, la música y la alegría, porque eres inconsciente de que la vida puede ser hermosa y a la vez una carga atrozmente pesada. El Fantasma de las Navidades Presentes no ha llegado aún para recordarnos qué es verdaderamente la Navidad, si es que algo es aparte de ventas. El tema está en que empiezas a dejar de creértela cuando te enteras que Papá Noel / Santa Claus no existe. Y cuando ves que son tus padres los que te hacen los regalos, se produce una inversión de la visión que se tiene sobre la sociedad, de lo que “debería ser” idealmente, a lo que realmente “es”. Yo estoy casi seguro que el 90 % de los padres no tiene la más mínima idea de en qué momento sus hijos se enteraron que Papá Noel / Santa Claus no existe, y continúan dándole a la gran mentira como si nada hubiera pasado. De los niños, para bien y para mal, nada me sorprende, pero que los adultos continúen en estado de catatonia emocional navideña me implica que emocionalmente no crecemos y seguimos creyendo en pajaritos de colores. Es como si nos instaláramos emocionalmente en medio de la creencia / no creencia, como si en el fondo de nuestra alma siguiéramos creyendo que Santa Claus / Papá Noel existe, que nos hará justicia algún día y que Alguien se hará cargo de todo. No puedo culpar a nadie de tener creencias religiosas, la religión responde a una profunda necesidad humana, pero no puedo menos que recordar lo que decía Jesús – sí, ése, del que se supone celebramos su Nacimiento – que no se puede adorar a Dios y a Mammón – la plata, para los que no sepan. Un tercio excluido ético sobre el que vale la pena reflexionar en estas fechas.
La Navidad: Una oportunidad
Una visión desencantada de la Navidad, desprovista de ilusiones y pajaritos de colores es un producto no muy diferente del producido por cualquier otro desencantamiento, marca de esta época. Como adultos bien podemos asumirla de diferentes maneras, lo que es un producto aceptable de la postmodernidad. La Navidad puede ser asumida, como Charles Dickens vio con tanta claridad, como una oportunidad para cada persona. Tal vez no podamos poner las cosas en su sitio, pero siempre podemos intentarlo. Simpatizo con el hecho que se diga que no hay Navidad sin Jesús, lo prefiero con mucho a Papá Noel / Santa Claus, es mejor gente y después de todo es su Santo /Cumpleaños. Si ya eres agnóstico o incluso ateo, siempre puedes disfrutar el día. Si estás preso del estrés y de la angustia navideñas, siempre puedes librarte algo de ellas y pasarlo como mejor puedas, así no tengas plata.
Colofón
En el transcurso de mi vida he tenido que trabajar Nochebuena y Navidad muchas veces, y por ello me siento solidario de aquellos que tienen que hacerlo, en especial cuando están concentrados en el servicio a otras personas. Creo que la Navidad consiste básicamente en la Solidaridad, en el tratar de no ser felices nosotros solos. En ese sentido la canción de Navidad que más me gusta es la de Perales: “Navidad, Navidad / en la nieve y la arena. / Navidad, Navidad / en la tierra y el mar.”, que me hace pensar en los marineros, los policías en servicio, los bomberos, los médicos y enfermeras, los telefonistas, vendedores, personal de aeropuertos, restaurantes y hoteles, todos los que con su trabajo constituyen parte esencial de una vida civilizada, y cuya labor muestra en tiempo real la solidaridad entre los seres humanos. Y es así como dejo mi saludo navideño a todos mis lectores, en especial a los que tienen que trabajar esos días, deseándoles que puedan construir una Navidad que sea algo mejor que lo que existe, en la que podamos construir un significado que valga la pena. Y punto.
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