HÁGASE TU VOLUNTAD Todo cristiano está obligado a preguntarle a Dios: Señor, ¿cuál es tu voluntad concreta para mi vida?
HÁGASE TU VOLUNTAD
Todo cristiano está obligado a preguntarle a Dios: Señor, ¿cuál es tu voluntad concreta para mi vida?
Ésta es la tercera petición del Padrenuestro y, posiblemente, sea también la más difícil de todas, pues supone la renuncia a nuestra propia voluntad y la sumisión a la voluntad divina. Ya de entrada, renuncia y sumisión son dos términos que nos cuesta trabajo aceptar. Por otra parte, tenemos ideas extrañas acerca de lo que sea “la voluntad de Dios”.
Parece como si la voluntad divina comprendiese la infelicidad y el sufrimiento como programa irrenunciable. Pero esta idea es un tremendo error. Por otra parte, hay también quienes convierten la voluntad de Dios en algo enigmático y difícil de entender. Se preguntan: ¿Es que acaso no se hace siempre en la tierra la voluntad de Dios? ¿Por qué, pues, tengo que orar para que se realice?
Y si no se hace la voluntad de Dios siempre y en todas partes, ¿cuál es el motivo? ¿Es que no tiene Dios recursos suficientes para imponer su voluntad? ¿O es, quizás, que no quiere ejecutarla? ¿Qué o quién es lo que se opone a la realización de su voluntad? ¿Y por qué se hace su voluntad en el cielo y no en la tierra? Estas preguntas no son fáciles de responder desde una perspectiva meramente humana; por eso vamos a inquirir por la voluntad divina allí donde mejor nos podemos orientar al respecto: en la Biblia. El Dios de la Biblia tiene una voluntad relacionada con la tierra que comprende tanto a la Humanidad en su totalidad como al individuo en particular. Gracias a Dios, nosotros podemos conocer la voluntad divina en la Biblia.
La voluntad de Dios es… la salvación de todos los hombres A la pregunta ¿cuál es la voluntad de Dios? Responde 1 Timoteo 2:4 diciendo: Dios quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. En estas palabras vemos el corazón de Dios al desnudo. Aquí tenemos a Dios tal como Él es, salvador. Él quiere nuestra redención.
Dios no renuncia a la salvación de ninguna persona, no pasa a nadie por alto. Se esfuerza con infinita paciencia por alcanzar con su gracia al más endurecido y distante corazón. No hay nadie en la tierra que no esté comprendido en esta voluntad divina de salvación. Nadie que no sea objeto especial del amor de Dios. En Mateo 18:14 nos dice Jesús: No es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños. Si, en tanto que cristianos, nos preguntamos cuál es la voluntad de Dios, la Biblia nos responde con absoluta claridad: La voluntad de Dios es redimir a todas las personas del poder del pecado y de la maldición de la culpa, de la condenación y de la muerte eterna. Y esto ocurre por medio de la fe en Jesucristo.
Por eso, cuando oramos a Dios diciendo hágase tu voluntad, estamos pidiendo que la voluntad salvífica de Dios se opere en nosotros los hombres; y es que, ¡nada es más necesario que esto, ya que sin Dios el hombre está perdido y camina a la condenación eterna! Y puesto que nosotros no somos capaces de realizar por nosotros mismos esa salvación, se hace necesaria la intervención divina, una intervención que comienza, en la parte humana, por la oración.
Esta tercera petición del Padrenuestro que Jesús pone en nuestra boca es grandiosa porque abarca a todos los hombres y mujeres del mundo. Lo es, además, porque para que se pudiera realizar Jesús mismo tuvo que entregar su vida. Con su muerte en la cruz, Jesús realizaba esta petición que elevaba a su Padre Dios: Padre amado, que tu voluntad sea hecha en la tierra, porque, de no ser así, todos se perderán irremisiblemente. Ante la acción de Jesús para posibilitar la realización de la voluntad divina en la tierra, comprendemos que esta petición quiere sacarnos de la pasividad y provocar en nosotros una actividad comprometida y apasionada a favor de la salvación de toda la humanidad.
Desde la luz del Padrenuestro, ninguna iglesia puede contentarse con limitarse a ser luz en su entorno geográfico, en su barrio, en su ciudad, en su región. El Padrenuestro coloca toda la Tierra como nuestro objetivo de intercesión y acción. El compromiso de la Iglesia es, por tanto, con la salvación del mundo; por eso, esta petición del Padrenuestro pretende activar todos los dinamismos que la gracia de Dios ha encerrado en su iglesia.
Cuando oramos porque la voluntad de Dios sea hecha en la tierra, estamos combatiendo todo fatalismo y desatando la actividad de testimonio más apasionada, amplia y comprometida. Esta petición del Padrenuestro no es una retirada, sino un ataque. La idea que encierra no es la de entrega y sumisión, sino la de resistencia y lucha. No es una invitación a la pasividad, sino a la actividad evangelizadora y de testimonio. La voluntad de Dios queda también reflejada en el evangelio de Juan: Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna (Juan 6:40).
Así que… ¡Dios quiere lo mejor para ti! Quiere tu felicidad. Quiere ayudarte por medio de Jesucristo, para que tú puedas tener vida eterna. Una vida de calidad como no te puede ofrecer nada ni nadie. ¿Cómo es tu vida ahora? ¿Estás satisfecho con ella? Dios te ofrece en Jesucristo una vida en la que brotarán en tu interior, como frutos de su divina gracia, el amor, el gozo, la paz, la paciencia, la benignidad, la bondad, la fe, la mansedumbre, la templanza.
Esto es una vida de calidad. Porque con dinero tú puedes comprar medicinas, pero no salud; un buen colchón, pero no el sueño; unas vacaciones en el Caribe, pero no la felicidad; relaciones humanas, pero no el amor; una buena casa, pero no un hogar; atención psicológica, pero no perdón. Dios quiere lo mejor para ti… ¡no te quepa la menor duda!; por eso, realizó el mayor sacrificio que cabía imaginar: entregó a su Hijo a la muerte de cruz para salvarte a ti de la muerte eterna. ¿Podría demostrarte Dios de una manera más elocuente su interés en tu bienestar?
La voluntad de Dios es… nuestra santidad Dios ha decidido hacer su voluntad en el mundo valiéndose también de nosotros, los hombres. Para que esto pueda ser realidad, Dios tiene que trabajar en nosotros y darnos forma. La Biblia llama a este trabajo divino “santificación”. 1 Tesalonicense 4:3 lo expresa así: La voluntad de Dios es vuestra santificación. Dios quiere conformar nuestra vida de tal manera que su voluntad no sea más objeto de discusión sobre lo que nosotros decidamos, sino norma voluntaria de nuestro pensar y obrar, el impulso, la medida y el límite de todo nuestro hacer y no hacer.
Y Dios quiere llevar esta obra de su Espíritu al extremo de que podamos llegar a decir, con la mejor disposición y alegría, como el salmista: El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón (Salmo 40:9). La voluntad de Dios, en relación con nuestra santificación, está comprendida en las normas, preceptos y prohibiciones encerrados en la Biblia. Dios nos ha dado reglas concretas y mandamientos precisos, que determinan nuestra relación con Él y con nuestros semejantes.
La más sublime de estas reglas es el mandamiento del amor en su doble versión positiva e irrenunciable: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y al prójimo como a ti mismo. Cuando oramos sea hecha tu voluntad, como en los cielos, así también en la tierra, estamos diciendo: Haz que nosotros y todos los hombres conozcamos tus mandamientos y los guardemos… pues la voluntad de Dios se realiza cuando es hecha por nosotros y por los demás. Y esto no ocurre de manera automática, ni de por sí mismo.
Para que esto pueda ser una realidad, Dios tiene que concedernos gracia y fuerza. En el cielo, sin embargo, se hace la voluntad de Dios a la perfección. Los ángeles y los redimidos que ya lo habitan, hacen la voluntad divina, y los que llegaremos allí por la gracia de Cristo también la haremos a la perfección. Por eso el cielo es un lugar de felicidad perfecta. Pero no ocurre lo mismo en la tierra. Si en la tierra no se hace la voluntad de Dios es por causa del hombre.
El hombre tiene la posibilidad de decir “no” a la voluntad divina. Con frecuencia nuestros deseos se oponen a la voluntad de Dios; quizás por eso, con la misma frecuencia solemos hacer lo contrario de lo que Dios quiere. Y este es el problema capital de la Humanidad: nuestra incapacidad para hacer la voluntad de Dios. De aquí nacen todos los problemas humanos, tanto a nivel de relaciones personales como grupales.
Junto a la inteligencia y la capacidad emocional, el tercer elemento constitutivo de la personalidad es la voluntad. Al crearnos seres personales, Dios nos creó con voluntad propia y Él nos deja hacer nuestra voluntad. Y aunque su deseo es que nos sujetemos a la suya, no nos fuerza a ello con violencia. Aquí, en la tierra, Dios nos deja que actuemos por decisión propia, aunque ésta sea darle la espalda a Él, como hizo el hijo pródigo, y aunque tomar las riendas de nuestra vida signifique labrar nuestra desgracia y desembocar en eso que la Biblia llama condenación, infierno o muerte eterna.
Nuestro empeño en hacer nuestra voluntad en la tierra, guiados por los impulsos de nuestra naturaleza o los dictados de nuestro instinto, nos conduce a que nunca podamos entrar en el cielo, donde la voluntad de Dios es hecha de manera voluntaria y presta por todos los seres que lo habitan. Todo esto hace que la petición hágase tu voluntad, como en los cielos, así también en la tierra, sea para nosotros una oración imperiosa y con carácter de urgencia. Es conveniente que el hombre aspire a una vida de santificación, a que nos tomemos muy en serio los mandamientos e instrucciones de Dios, porque de esto depende la vida eterna. Es tanta la importancia que la Biblia confiere a la santidad de vida que dice: Seguid la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor (Hebreos 12:14).
La voluntad de Dios en nuestra vida personal La voluntad de Dios tiene que ver también con nuestra vida a nivel personal. Cuando repetimos este ruego, haciéndolo nuestro, evidentemente estamos pidiendo: Hágase tu voluntad en mi vida aquí en la tierra y ahora. Pero la voluntad divina no resulta tan fácil de identificar como los mandamientos de Dios o como el propósito divino de salvación para todos los hombres.
La Biblia nos enseña que Dios tiene para cada uno de nosotros un plan de vida determinado. Pero no es fácil para nosotros desentrañar en que consiste ese “plan” un plan que es diferente para cada persona. A lo largo de nuestra vida, somos testigos de grandes contrastes: unos viven cien años, y su muerte es algo parecido a un dulce sueño; otros abandonan este mundo a una edad temprana después de haber sufrido una penosa enfermedad. Y todo esto forma parte del propósito divino: mientras que uno sufre injusticias y penurias sin cuento, otro es liberado milagrosamente de una situación similar, abriéndole la puerta a una situación muy diferente (Hechos 12:1-11).
A uno lo llama para enviarlo de misionero a un país lejano y para el otro decide que funde una familia, que trabaje en un oficio secular y que colabore responsablemente en su iglesia. ¡La voluntad de Dios es diferente para cada uno! Y todo cristiano está obligado a preguntarle a Dios, como hizo el apóstol Pablo: Señor, ¿qué quieres tú que yo haga? ¿Cuál es tu voluntad concreta para mi vida? Estas preguntas obtienen sus respuestas por medio de la oración y del estudio bíblico, por el estudio de nuestros dones espirituales y talentos, por el oír atento la palabra de Dios, por la espera paciente de la hora divina, por el sopesar responsable todas las posibilidades, por la conversación abierta y sincera con cristianos experimentados en el arte de aconsejar. Señor, ¿qué quieres tú que yo haga?
Ciertamente, no siempre resulta fácil conocer la voluntad de Dios para nuestra vida, para nuestro caminar diario. Pero no es tarea imposible, pues a ello nos llama la Biblia. Así, el apóstol Pablo exhorta a los cristianos de Roma: No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación e vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta (Romanos 12:2), y en Efesios 5:17 añade: No seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor.
Esta comprobación y entendimiento requieren esfuerzo, oración y estudio por nuestra parte, pero sobre todo disposición a la obediencia. A veces, la aceptación de la voluntad divina viene precedida por una dura lucha. La Biblia habla de muchas personas que vivieron esta experiencia conflictiva. Y es que, hay situaciones en las que no podremos hacer la voluntad de Dios sin relegar o incluso renunciar a nuestros intereses personales.
Esto provocará en nuestro interior serios conflictos, pues la renuncia y la entrega de lo que amamos puede ser tan dolorosa como un puñal que nos atraviesa hasta el alma. Y la voluntad de Dios para nosotros puede comprender esa renuncia, pues sólo así quedaríamos en libertad para los intereses divinos, para el servicio a las personas y para la tarea que Dios tiene preparada para nosotros. Moisés fue llamado por Dios en el desierto, pero él luchó contra la voluntad divina tanto como pudo, alegando diferentes razones.
También Jeremías se resistió al principio a su llamamiento divino como profeta. María, la madre de Jesús, se sintió confundida cuando el ángel le dijo que, en su condición de virgen, iba a dar a luz un hijo. Pero después se sujetó a la voluntad divina y le dijo al ángel: He aquí la sierva del Señor. Hágase en mí según tu palabra. Todavía más difícil lo tuvo Jesús. La noche antes de su muerte la pasó en Getsemaní. Él sabía lo que le aguardaba. Sabía que si quería, su vida discurriría de otra manera; podía eludir la voluntad del Padre para su vida y ahorrarse así muchos sufrimientos. Pero luchó por someterse a la petición de aquella oración modelo que Él mismo había enseñado: Hágase tu voluntad. Precisamente este suceso de Getsemaní nos ilustra con su crudeza sobre lo difícil que puede resultar orar sinceramente con la tercera petición del Padrenuestro.
Este ruego puede llegar incluso a darnos miedo, ya que podría afectar de forma significativa a toda nuestra vida: nuestra soledad, sufrimientos, enfermedad, la pérdida de un ser querido, las decepciones, deseos insatisfechos, esperanzas fallidas… todo esto puede estar comprendido dentro de la voluntad de Dios para nosotros. Orar en estas situaciones, diciendo hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra, requiere de nosotros mucho valor, humildad, y un gran deseo de estar dispuesto a asumirla y aceptarla, viviendo en coherencia con ella.
¡Esto es, precisamente, lo que Dios quiere de nosotros!, pues sólo si sujetamos nuestra voluntad a la divina, es que ésta puede realizarse. Una vida humana no alcanza pleno sentido porque haya sido exitosa y saludable según los parámetros establecidos por la sociedad (matrimonio feliz, hijos, jubilación con una buena cuenta en el banco…). Una vida ha tenido sentido de verdad y valor si al final de ella podemos decir: El devenir de mi vida se ha correspondido plenamente con la voluntad de Dios. ¡Y ha sido bueno que fuera así! Entonces podemos decirle a Dios: Padre celestial, tu voluntad se ha hecho en los días que me llenaste de felicidad y en los que yo pude hacer felices a otros. Tu voluntad se hizo cuando me dejaste disfrutar el amor de otros y sentí mi vida plena de sentido y bienestar, y pude compartir esto con los demás.
Pero tu voluntad también fue cumplida en los tramos oscuros de mi vida, cuando estuve enfermo, triste y abatido. Así que, te doy gracias por haber pasado por circunstancias adversas y, sobre todo, por haber experimentado tu ayuda y protección en todas ellas. Tu voluntad se ha realizado en mi vida. Dame la gracia de que también se cumpla hasta el final de mis días y entre en tu reino celestial. Por eso, te pido: Hágase tu voluntad, como en los cielos, así también en la tierra. Hágase tu voluntad es una oración de guerra.
Orar de esta manera nos conduce, primeramente, a una batalla contra nosotros mismos. Contra nuestra propia voluntad, contra nuestro egocentrismo. Después, nos conduce a alistarnos en la gran batalla que mantiene por este mundo, pues: Dios quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. ¿Y cómo llegarán los hombres a esta salvación y a este conocimiento de la verdad si no hubiere quien les predique? Dios no renuncia a la lucha por cada individuo, ni por la Humanidad.
Y en esta lucha Dios solo puede utilizar hombres y mujeres que estén dispuestos a renunciar a sus propias ambiciones; hombres y mujeres dispuestos a permitir que su voluntad sea hecha en ellos y por ellos. Concluimos: la voluntad de Dios comprende un mínimo de tres aspectos: las indicaciones, instrucciones y mandamientos que Dios nos ha dado para su observancia por nuestra parte; el proyecto divino de salvarnos a nosotros personalmente y a la humanidad perdida; el plan concreto que Dios tiene para cada uno de nosotros.
Recordemos, pues, cuando oramos con la tercera petición del Padrenuestro, qué le estamos pidiendo a Dios: que nos ayude a guardar sus instrucciones y mandamientos y que el mundo también se sujete a ellas; que su salvación alcance a todas las personas, para que no se pierdan eternamente; y que nosotros, a nivel personal, tengamos la gracia y la capacidad de sujetarnos al plan divino concreto para cada uno de nosotros.
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