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ESPIRITUALIDAD Y COMUNICACIÓN

EL HONOR: UN VALOR EN DESUSO - Juan Carlos Valdivia

Bizancio

Por: Juan Carlos Valdivia

@columnabizancio

Cuando la política se convierte en una actividad devaluada

El honor: un valor en desuso

Sin duda, los más favorecidos con la convocatoria en marzo próximo al proceso de revocatoria sobre la Municipalidad de Lima es Ollanta Humala y su gabinete ministerial.  Es obvio que en estos meses el debate se centrará en la gestión izquierdista del concejo limeño, con lo que el presidente de la República y especialmente su primer ministro, que hace permanente gala por su vocación por la intrascendencia, podrán escapar del ojo público.

Porque cada vez es más notoria la incomodidad de ciertos ministros respecto a esta obligación de tener que rendir cuentas ante la opinión pública. Mal acostumbrados a un parlamento genuflexo, que acepta y tramita todas las propuestas del Ejecutivo sin mayor debate ni cuestionamiento, los miembros del gabinete -siguiendo la línea impuesta por el silente Ollanta Humala- muestran su molestia ante los reclamos de la opinión pública.

Así, hemos pasado de recibir el despectivo “opinólogos”, con que se desdeña a quienes opinamos gracias al espacio que nos brindan los medios de comunicación, al atrevimiento del hasta ahora ministro del Interior, que ha considerado que pedir la renuncia de un funcionario es una expresión de una sociedad chicha.

Sin embargo, es comprensible -en algunos de los que hoy acompañan a Ollanta Humala- el desprecio que sienten por la opinión pública y por la prensa en general. Son advenedizos llegados a la política. Otros eran tiempos en que se llegaba a ésta por una vocación de servicio público. En esas épocas la política estaba relacionada con el honor. Ahora que muchos de los supuestos técnicos acceden a un puesto político como un logro profesional propio -ser ministro es un escalafón en su currículo-, no entienden que deban dar explicaciones o ser controlados por alguien más que quien los designa. El honor es hoy un valor en desuso. Es un concepto que personajes como Wilfredo Pedraza no comprenden. Alguien con honor renuncia a su cargo ante un error que no habiendo sido cometido por él, cae dentro del área de su injerencia. Ello no afecta sus responsabilidades civiles ni penales, sino simplemente expone su sensibilidad respecto a un hecho que es cuestionado por la sociedad. Pero a Pedraza solo le interesa lo que diga su jefe sobre él, no lo que diga la opinión pública ni el Congreso.

Es algo similar a lo que sucede en la Municipalidad de Lima, donde se niegan a renunciar aquellos responsables -como el gerente de seguridad, Gabriel Prado- del torpe operativo realizado en La Parada el jueves 23 de octubre. Si aquel trabajara en el municipio como parte de un compromiso político, no tendría duda en alejarse del puesto para no seguir afectando la administración de Susana Villarán. Pero parece que más peso tiene la quincena que el honor.

Son  funcionarios a quienes no les importa lo que la ciudadanía opine de ellos. Les parece que no es importante que su nombre este asociado a muertes y a una gestión poco feliz. Es que ellos no valen por sí mismos, sino en tanto relacionan sus nombres con algún cargo. Por eso es que no protegen ni su honor ni su buen nombre. Protegen su “buen puesto” que es lo que le da sentido a sus vidas.

Es triste comprobar cómo la política se ha visto invadida por ganapanes y advenedizos que ven la posibilidad de un sueldo a fin de mes o una mejora en sus negocios. La política como un acto de desprendimiento y forma de lograr una sociedad mejor, como un espacio donde acción y honor eran indisolubles, es cosa del pasado. Hoy, como la palabra sin valor, la política se ha convertido en una actividad devaluada que cada vez es deteriorada más por  quienes dicen que vienen a renovarla. Así estamos.

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