SALUDO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN
¡Jesucristo ha resucitado! Por su muerte, la muerte está vencida. A los que yacen en las tumbas les ha dado la vida.
Gracia a pedir: Espíritu Santo, lléname de la alegría del gozo pascual. Jesús ha resucitado, el amor de Dios ha vencido el mal y la muerte. Hazme partícipe de esta fiesta y conduce mi pasos hacia la eterna vida.
Una antífona: Jesucristo resucitó. Monjas del monasterio de Sijena (Huesca)
Daniel Pajuelo Vásquez http://www.novabella.org/
MI CRISTO ROTO
P. Ramón Cué S.J.
COMPRAVENTA DE CRISTOS
A mi Cristo roto, lo encontré en Sevilla. Dentro del arte me subyuga el tema de Cristo en la cruz. Se llevan mi preferencia los cristos barrocos españoles. La última vez, fui en compañía de un buen amigo mío. Al Cristo, ¡Qué elección! Se le puede encontrar entre tuercas y clavos, chatarra oxidada, ropa vieja, zapatos, libros, muñecas rotas o litografías románticas. La cosa, es saber buscarlo. Porque Cristo anda y está entre todas las cosas de este revuelto e inverosímil rastro que es la Vida.
Pero aquella mañana nos aventuramos por la casa del artista, es más fácil encontrar ahí al Cristo, ¡Pero mucho más caro!, es zona ya de anticuarios. Es el Cristo con impuesto de lujo, el Cristo que han enriquecido los turistas, porque desde que se intensificó el turismo, también Cristo es más caro.
Visitamos únicamente dos o tres tiendas y andábamos por la tercera o cuarta.
- Ehhmm ¿Quiere algo padre?
- Dar una vuelta nada más por la tienda, mirar, ver.
De pronto… frente a mí, acostado sobre una mesa, vi un Cristo sin cruz, iba a lanzarme sobre él, pero frené mis ímpetus. Miré al Cristo de reojo, me conquistó desde el primer instante. Claro que no era precisamente lo que yo buscaba, era un Cristo roto. Pero esta misma circunstancia, me encadenó a Él, no sé por qué. Fingí interés primero por los objetos que me rodeaban hasta que mis manos se apoderaron del Cristo, ¡Dominé mis dedos para no acariciarlo! No me habían engañado los ojos… no. Debió ser un Cristo muy bello, era un impresionante despojo mutilado. Por supuesto, no tenía cruz, le faltaba media pierna, un brazo entero, y aunque conservaba la cabeza, había perdido la cara.
Se acercó el anticuario, tomó el Cristo roto en sus manos y…
- Ohhh, es una magnífica pieza, se ve que tiene usted gusto padre, fíjese que espléndida talla, qué buena factura…
- ¡Pero… está tan rota, tan mutilada!
- No tiene importancia padre, aquí al lado hay un magnífico restaurador, amigo mío y se lo va a dejar a usted, ¡Nuevo! Volvió a ponderarlo, a alabarlo, lo acariciaba entre sus manos, pero… no acariciaba al Cristo, acariciaba la mercancía que se le iba a convertir en dinero.
Insistí, dudó, hizo una pausa, miró por última vez al Cristo fingiendo que le costaba separarse de Él y me lo alargó en un arranque de generosidad ficticia, diciéndome resignado y dolorido:
- Tenga padre, lléveselo, por ser para usted y conste que no gano nada, 3.000 pesetas nada más, ¡Se lleva usted una joya! El vendedor exaltaba las cualidades para mantener el precio. Yo, sacerdote, le mermaba méritos para rebajarlo…
Me estremecí de pronto. ¡Disputábamos el precio de Cristo, como si fuera una simple mercancía! Y me acordé de Judas… ¿No era aquella también una compraventa de Cristo? ¡Pero cuántas veces vendemos y compramos a Cristo, no de madera, de carne, en él y en nuestros prójimos! Nuestra vida es muchas veces una compraventa de cristos.
Bien… cedimos los dos… lo rebajó a 800 pesetas. Antes de despedirme, le pregunté si sabía la procedencia del Cristo y la razón de aquellas terribles mutilaciones. En información vaga e incompleta me dijo que creía procedía de la sierra de Aracena, y que las mutilaciones se debían a una profanación en tiempo de guerra.
Apreté a mi Cristo con cariño… y salí con Él a la calle.
Al fin, ya de noche, cerré la puerta de mi habitación y me encontré solo, cara a cara con mi Cristo. Qué ensangrentado despojo mutilado, viéndolo así me decidí a preguntarle:
- Cristo, ¡¿Quién fue el que se atrevió contigo?! ¡¿No le temblaron las manos cuando astilló las tuyas arrancándote de la cruz?! ¿Vive todavía? ¿Dónde?¿Qué haría hoy si te viera en mis manos?…¿Se arrepintió?
- ¡CÁLLATE!
Me cortó una voz tajante.
- ¡CÁLLATE, preguntas demasiado! ¡¿Crees que tengo un corazón tan pequeño y mezquino como el tuyo?! ¡CÁLLATE! No me preguntes ni pienses más en el que me mutiló, déjalo, ¿Qué sabes tú? ¡Respétalo!, Yo ya lo perdoné. Yo me olvidé instantáneamente y para siempre de sus pecados. Cuando un hombre se arrepiente, Yo perdono de una vez, no por mezquinas entregas como vosotros. ¡Cállate! ¿Por qué ante mis miembros rotos, no se te ocurre recordar a seres que ofenden, hieren, explotan y mutilan a sus hermanos los hombres. ¿Qué es mayor pecado? Mutilar una imagen de madera o mutilar una imagen mía viva, de carne, en la que palpito Yo por la gracia del bautismo. ¡Ohh hipócritas! Os rasgáis las vestiduras ante el recuerdo del que mutiló mi imagen de madera, mientras le estrecháis la mano o le rendís honores al que mutila física o moralmente a los cristos vivos que son sus hermanos.
Yo contesté:
- No puedo verte así, destrozado, aunque el restaurador me cobre lo que quiera ¡Todo te lo mereces! Me duele verte así. Mañana mismo te llevaré al taller.¿Verdad que apruebas mi plan? ¿Verdad que te gusta?
- ¡NO, NO ME GUSTA!
Contestó el Cristo, seca y duramente.
- ¡ERES IGUAL QUE TODOS Y HABLAS DEMASIADO!
Hubo una pausa de silencio. Una orden, tajante como un rayo, vino a decapitar el silencio angustioso.
- ¡NO ME RESTAURES, TE LO PROHIBO! ¡¿LO OYES?!
- Si Señor, te lo prometo, no te restauraré.
- Gracias.
Me contestó el Cristo. Su tono volvió a darme confianza.
- ¿Por qué no quieres que te restaure? No te comprendo. ¿No comprendes Señor, que va a ser para mí un continuo dolor cada vez que te mire roto y mutilado?¿No comprendes que me duele?
- Eso es lo que quiero, que al verme roto te acuerdes siempre de tantos hermanos tuyos que conviven contigo; rotos, aplastados, indigentes, mutilados. Sin brazos, porque no tienen posibilidades de trabajo. Sin pies, porque les han cerrado los caminos. Sin cara, porque les han quitado la honra. Todos los olvidan y les vuelven la espalda. ¡No me restaures, a ver si viéndome así, te acuerdas de ellos y te duele, a ver si así, roto y mutilado te sirvo de clave para el dolor de los demás! Muchos cristianos se vuelven en devoción, en besos, en luces, en flores sobre un Cristo bello, y se olvidan de sus hermanos los hombres, cristos feos, rotos y sufrientes. Hay muchos cristianos que tranquilizan su conciencia besando un Cristo bello, obra de arte, mientras ofenden al pequeño Cristo de carne, que es su hermano. ¡Esos besos me repugnan, me dan asco!, Los tolero forzado en mis pies de imagen tallada en madera, pero me hieren el corazón. ¡Tenéis demasiados cristos bellos! Demasiadas obras de arte de mi imagen crucificada. Y estáis en peligro de quedaros en la obra de arte. Un Cristo bello, puede ser un peligroso refugio donde esconderse en la huida del dolor ajeno, tranquilizando al mismo tiempo la conciencia, en un falso cristianismo. Por eso ¡Debieran tener más cristos rotos, uno a la entrada de cada iglesia, que gritara siempre con sus miembros partidos y su cara sin forma, el dolor y la tragedia de mi segunda pasión, en mis hermanos los hombres! Por eso te lo suplico, no me restaures, déjame roto junto a ti, aunque amargue un poco tu vida.
- Si señor, te lo prometo. (Contesté)
Y un beso sobre su único pie astillado, fue la firma de mi promesa.
Desde hoy… viviré con un Cristo roto.
¿Cómo sabemos que Cristo realmente resucitó de los muertos?
La resurrección corporal de Jesucristo de los muertos es el hecho central de la fe cristiana. Como Pablo escribió: "Si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados" (I Corintios 15:17).
La estructura total del cristianismo - y de hecho de cualquier esperanza de vida eterna y de cualquier significado de la existencia humana - se mantiene o se derrumba con la resurrección de Cristo.
La muerte es el mayor enemigo del hombre, y todo hombre, no importa qué tan grandioso sea, eventualmente muere. Todo el mundo - físico, biológico y social - está bajo el reino de la muerte impuesto por el castigo de Dios sobre el dominio del hombre cuando éste rechazó la palabra de Dios y trajo el pecado al mundo (Génesis 3:17). Pero Jesucristo, el eterno Hijo de Dios y el Redentor prometido al mundo, ha conquistado la muerte, llevando el castigo Él Mismo (Gálatas 3:13) abriendo así el camino a Dios y la vida eterna.
El hecho de Su resurrección es el evento más importante de la historia y por lo tanto, propiamente, el hecho más cierto de toda la historia. Es sustentado por una variedad de testimonios y de otra evidencia más amplia que la de cualquier otro evento histórico que ha tenido lugar desde el inicio del mundo. Es por lo tanto, mandatorio que cada individuo encare el asunto de las demandas que Cristo hace de su vida y su servicio.
El mismo hecho del cristianismo es de por sí una prueba. La predicación de los apóstoles (vea Hechos 2:22-36; 3:14-15; 4:10-12; 10:36-43; 13:26-39; 17:31; 26:22, 23; etc.) siempre estuvo centrada en la resurrección. "Con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús (Hechos 4:33) y ese fue el mensaje que ganó a miles a la fe en Cristo y en efecto, como alegaban sus enemigos, "trastornó al mundo entero" (Hechos 17:6). Los primeros cristianos fueron judíos devotos acostumbrados a adorar al Señor fielmente el séptimo día de la semana, pero ahora ellos comenzaron, en cambio, a reunirse el primer día porque ese fue el día de la resurrección. De forma similar, la mayor celebración anual era la Pascua, pero pronto esta se tornó en el Día de Resurrección para ellos cuando se dieron cuenta de que Cristo había cumplido la Pascua muriendo como el Cordero de Dios y luego resucitando de entre los muertos. A estas instituciones - la celebración del día del Señor y del Día de Resurrección, como también la Cena del Señor y aun hasta la misma Iglesia Cristiana - se les puede relacionar directamente con el período apostólico y solo el hecho de la resurrección puede dar cuenta de ellas.
No cabe duda de que los apóstoles y los cristianos primitivos, por decenas de miles, creyeron y predicaron la resurrección. ¿Es posible que hayan estado equivocados y que su fe estuviera basada en algún engaño malicioso o ciego fanatismo?
Ciertamente ellos tenían toda la razón para considerar esta posibilidad. La mayoría de ellos sufrieron severamente por causa de su fe, perdiendo sus posesiones y frecuentemente sus vidas en las grandes persecuciones judía y romana del primer siglo. Difícilmente hubiesen persistido en su testimonio al menos que hubiesen estado firmemente persuadidos, tras un minucioso análisis de todos los hechos, de que su Salvador había conquistado la muerte.
Claro que ellos tenían el testimonio de los apóstoles y también de "más de quinientos hermanos a la vez" (1 Corintios 15:6), quienes todos ellos habían visto al Señor Jesús después de Su resurrección y estaban convencidos de que su testimonio era cierto.
Algunos han sugerido que estas apariciones postresurreccionales de Cristo fueron solamente visiones o alucinaciones, o quizás un caso de identidad equivocada. Pero las visiones y las alucinaciones no ocurren así repetidamente a individuos y a grupos a puerta cerrada y al aire libre. Y definitivamente los discípulos podían reconocer a Aquel que había estado con ellos todos los días por más de tres años.
De hecho, cuando lo vieron en el aposento alto después de la resurrección, ellos mismos primero "pensaban que veían un espíritu" (Lucas 24:37). Pero luego, Él los invitó a que lo tocaran y especialmente a que vieran las cicatrices de los clavos en Sus manos y piés. Luego, Él cenó con ellos y ya no podían tener duda alguna de que era Jesús Mismo, en Su mismo cuerpo, como siempre lo habían conocido.
Algunos han sugerido que Él nunca murió realmente sino que solo se desmayó en la cruz, ilustrando así los extremos absurdos a los que el hombre llega para no tener que encarar los hechos. Los soldados romanos lo declararon muerto, la mezcla de sangre y agua había brotado de la herida en Su costado, Él fue envuelto bajo el gran peso de lienzos sepulturales, y fue sellado en una tumba por tres días. Un Jesús gravemente herido y debilitado, casi muerto, nunca pudiese haber inspirado a Sus discípulos a las cimas de coraje y de poder que pronto ellos comenzaron a manifestar. Aun si Él solo se hubiese desvanecido en la cruz, debe haberse muerto poco después como un líder derrotado e impotente.
Además de las diez o más apariciones postresurreccionales del Señor, está la evidencia de la tumba vacía. La tumba había sido sellada con el sello romano y era custodiada, bajo pena de muerte, por un destacamento de soldados romanos y una gran piedra fue colocada a la entrada. Con todo y eso, en la mañana de aquel primer Domingo de Resurrección, los soldados huyeron atemorizados cuando un poderoso ángel corrió la piedra y el cuerpo desapareció de la tumba dejando los lienzos como habían estado antes de que Él pasara a través de ellos.
La tumba vacía nunca ha tenido otra explicación, excepto la de la resurrección corporal. Si el cuerpo estuviese aún allí, o en cualquier otro lugar de acceso a los judíos o a los romanos, ciertamente ellos lo hubiesen presentado como una forma segura de apagar de inmediato el fuego de la fe cristiana que comenzaba a regarse. Si los apóstoles u otros amigos de Jesús de alguna manera hubiesen obtenido el cuerpo, y por tanto, sabido que Él estaba muerto, nunca hubiesen podido predicar Su resurrección como lo hicieron, sabiendo que eso significaba para ellos persecución segura y posiblemente la muerte. ¡Ninguna persona sacrificaría su vida voluntariamente por algo que sabe que es mentira!.
Así que, tenemos el testimonio cierto de la tumba vacía y las muchas apariciones de Cristo después de Su resurrección, que además son sustentadas por la enseñanza uniforme de las Escrituras, las innumerables referencias a ella en la literatura extrabíblica de los cristianos primitivos, las instituciones de la Iglesia, el Día del Señor y el Día de Resurrección, las promesas y las profecías del Antiguo Testamento, como también la necesidad real de darle significado auténtico y confianza a la vida humana, todo como prueba del hecho de la resurrección corporal de Cristo de entre los muertos.
¡No hay otro hecho histórico sustentado por tal cantidad de evidencia como éste! Y la evidencia final es la realidad experimental de la salvación y la vida eterna disfrutadas por todo aquel que ha puesto su fe personal en el Cristo viviente. "Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo" (Romanos 10:9).
Extracto de The Bible Has the Answer (La Biblia Tiene la Respuesta), por Henry Morris y Martín Clark, publicado por Master Books, 1987
Traducido al español por Edgar Serrano.
Suplido por Eden Communications con autorización de Master Books.
www.ChristianAnswers.Net/spanish
Pascua - Wikipedia, la enciclopedia libre
Jesús Resucito -- Cesar Guillen Dalton
¡CRISTO HA RESUCITADO! ¡ALELUYA!
SEMANA SANTA Y PASCUA: JESUS RESUCITO
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